martes, 18 de agosto de 2009

Delfino Comilón


Delfino Comilón



Cuando se es un muchacho de más de doce años, sin preparación ni educación formal para desempeñarse en tareas administrativas o empleos que ofrecen buenas remuneraciones a cambio de conocimientos teóricos y prácticos sólidos, una opción laboral era y será por mucho tiempo más, realizar aquellas tareas que exigen mayor esfuerzo físico o presentan riesgos por ser insalubres, a cambio de una magra paga.

Las cosechas de frutos u hortalizas en zonas agrícolas, la yerra, la doma al viejo estilo de comienzos de
las vaquerías en la Banda Oriental, la monteada y la esquila entre otras,son algunos ejemplos.

A comienzos de la primavera, los estancieros recogen en vellones,el fruto de su inversión en lanares que les permitirán pagar con creces sus deudas y tal vez comprar más campo a algún incompetente que se las dio de productor rural, o mejorar su flota con una nueva unidad todo terreno.

Cuando ese momento llega,se arman los grupos de esquiladores que al mando de un capataz que generalmente es el dueño de la máquina, ofrecen su servicio a los hacendados.

Antes de las primeras máquinas hacer su aparición en la campaña,los esquiladores esquilaban "a tijera",siendo un trabajo más sacrificado y de menor rendimiento.

Sea como sea,a máquina o tijera,la oportunidad es propicia para hacerse de unos cuantos pesos y además divertirse y mejorar su "curriculum", como se dice actualmente.

Cierta vez, en tiempos de las tijeras, llegó la comparsa de esquiladores a una estancia para las tareas de esquila.

Luego de las presentaciones de rigor, reunidos a la sombra de un ombú,recibieron la visita del capataz del establecimiento, quien luego de entretenida conversación, les preguntó, si alguno de ellos era muy comilón.

Los esquiladores se miraron entre ellos, sin acusarse, hasta que el capataz de la comparsa recordó que había entre ellos alguien con bien ganada fama de comilón.

Entonces dirigiéndose disimuladamente a quien formulara la pregunta le indicó a un hombrecito mayor que los demás, diciédole: aquel viejito es un comilón bárbaro.

El visitante le comentó que el patrón tenía por norma hacer al final de la esquila, una competencia de comilones y siempre ganaba ya que tenía "un pollo" capaz de comer por cinco.

Pidió que se mantuviera discreción y en secreto el asunto hasta el momento oportuno.

La zafra estaba llegando a su fin.

Los esquiladores,después de la ardua jornada que había comenzado muy temprano y terminado ya entrado el sol,reunidos alrededor del fogón degustaban un rebosante plato de porotos con maíz y charqui de oveja,a la vez que festejaban las ocurrencias de alguno con dotes de narrador que amenizaba la reunión.

Fue entonces que se acercó el patrón (así llamaban al estanciero), y les dijo:- muchachos, la esquila ha sido muy buena. El rendimiento es superior al de años anteriores y no han habido animales cortados más de lo normal: ocho o diez pero todos se curan.

Para festejar,el domingo tendrán una despedida.

En ella haremos concursos con premios y todo eso.

Quiero hacer una competencia muy especial de la casa: el concurso de comilones.

Gana quien come más y más rápido.

El premio es una potranca de raza.

Yo tengo un pollo.

Si alguno quiere competir, se anota-.

Como ninguno se anotaba, el capataz dijo al patrón:-yo voy a poner un pollo:-miró en derredor y luego de disimular un poco, dijo: -como no los conozco mucho y no sé cuanto comen, me da igual cualquiera de ustedes, pero voy a elegir a aquel viejito que está en el rincón-.

-Mañana deben ponerse de acuerdo los competidores en la comida que quieren para el domingo-finalizó el patrón-.



Eligen el menú

Al otro día reunidos todos con enorme espectativa, oyeron a los competidores dar indicaciones al encargado de preparar la comida para la competencia.

El pollo del patrón resultó ser un pardo enorme con abultado vientre lo cual decía a las claras que era de muy buen comer.

Se les preguntó quien quería elegir el menú.

El pardo dijo que le daba lo mismo una comida que otra.

Interrogado el viejito,manifestó: que seja un pirón de fariña de mandioca y que u caldiño seja gordura.

Día de la competencia

El domingo ameneció expléndido.

Un hermoso día primaveral.

Los esquiladores arreglaron sus "monos", (así llamaban a sus bolsas de arpillera cargadas con sus pertenencias),se asearon y mientras esperaban el momento tan ansiado, se distraían enfrascados en partidas de naipes y tabeada.

Y por fin llegó la hora.

Sentados en cuclillas formaron rueda alrededor de los participantes.

El pirón estaba espeso y sobre él se formaba una capa de grasa de unos tres o cuatro centímetros.

En la primera servida los platos repletos fueron rápidamente vaciados.

Segunda servida algo similar ocurrió.

Así dos servidas más.

A la cuarta el pardo hizo un gesto de rechazo pero ante la mirada atenta del patrón que había apostado fuerte contra su capataz, hizo un esfuerzo y logró limpiar el plato antes que su oponente.

Cuando los dos hubieron terminado, el cocinero interrogó-¿quieren más?-

El pardo dijo, con voz grasienta:-no puedo más.- Mientras su oponente expresaba:- Si vocé me permite, eu vo comé na panela.-Se le autorizó.-Fue declarado ganador por unanimidad del jurado.

Por primera vez el patrón había perdido la apuesta.

A regañadientes pagó lo apostado al capataz que no ocultó su satisfacción y asombro. Satisfacción por el triunfo y asombro por la demostración de apetito y buen comer de "El viejito" que a partir de ahí fue conocido como "Delfino Comilón".

Luego de recibir el premio entre aplausos y bromas, Delfino se fue a reposar , luego de haber caminado durante un cuarto de hora, mientras el resto de la comparsa almorzaba un puchero con boniatos, zapallo y maíz.

Luego continuó la fiesta hasta el anochecer.

Mientras tanto, los cocineros habían vaciado las ollas para ser limpiadas, colocando el resto de pirón sobre el techo de chapas de un corral de aves.

Al anochecer, mientras se preparaban para partir hacia otra estancia el día siguiente,Delfino dió cuenta del apetitoso resto de pirón.

Ya bien noche, se acomodaron en el galpón para descansar mientras recordaban la linda jornada que acababa de finalizar.

A eso de las cuatro de la madrugada, unos lamentos y quejidos despertaron al capataz que había bebido poco y tenía sueño liviano.

Se levantó presto y se arrimó al lugar,cerca de la puerta donde dormía Delfino, el cual se retorcía de dolor mientras clamaba -¡Hay mi Dios,¿ me voy a morir?!-.

El capataz que se dió cuenta al momento de lo que sucedía, atizó el fogón que había quedado con brasas "vivas", tomó una guampa de buey que había colgada a la pared del galpón y la colocó al fuego.

Cuando se hubo quemado un poco, raspó el carbón que se había formado en la misma en un jarro de lata y lo completó con agua hirviendo.

Cuando se hubo enfriado lo suficiente, le dió a Delfino a beber la extraña infusión.

Vaciar el recipiente y salir corriendo rumbo a los tártagos fue todo al unísono.

La velocidad fue poca aunque la distancia era realmente corta.

A mitad de camino, ya sin las prendas de vestir inferiores,que habían ido quedando atrás, comenzó a dejar un rastro oloroso y contundente que denotaba la voluminosa capacidad del vientre que se estaba evacuando.

No faltó quien gritara desde adentro ¡¿Quién volcó la barométrica?!.

Pasadas dos horas eternas, Delfino sonrió a sus compañeros que le seguían gastando bromas ofreciéndole-¿ otro platito más, don Comilón?-



De cacería

De cacería



Cuando salimos de la ciudad ya era tarde.

Nos retrasamos debido a que Celeste había ido a comprar mercaderías y se demoró.

Cuando pasamos cerca del cerro de Batoví, ya habíamos encendido las luces.

Al llegar a la estancia "Las Crucesitas, esta estaba muy silenciosa pero ladraron los perros y don Jacinto salió a recibirnos.


Nuestro destino inicial era Rincón del Barbate, pero un problema mecánico, nos retrasó dos días y debimos cambiar de rumbo para ir a un lugar más cercano.

Esa noche pernóctamos en la estancia de nuestro amigo y al amanecer siguiente, emprendimos el camino al monte en carro tirado por dos tordillos percherones.

Los primeros rayos del sol, asomando detrás de los cerros, ponen matices de púrpura y rosado a una nueva mañana otoñal.

Adelante, siempre en el mismo rumbo, avanza muy alerta nuestro perrito "Remiendos".Es rabón y de la raza "perro" que abunda en todas partes.

Ramiro va sentado a mi derecha y es quien lleva las riendas.

El carro avanza a ritmo lento por entre los chircales.

Cerca del mediodía acampamos en un claro del monte, próximo a un lagunón donde pensábamos tener buena pesca.

Armado el campamento, nos dispusimos a explorar el lugar, el cual, a juzgar por su aspecto prometía buena caza también.

Nos habían comentado que los jabalíes estaban cerca aunque eran muy astutos y ariscos.

A la medianoche teníamos algunos bagres y tarariras que asamos en la parrilla.

Luego de cenar nos dispusimos a descansar de la larga tarde.

Cerca del amanecer se oyeron ruidos extraños, parecidos a pasos, por lo que salimos a investigar.

Alumbrando con la linterna, pudimos ver, a pocos metros de la carpa,un extraño animal, con aspecto de jabalí pero que curiosamnte se desplazaba en dos patas.

Tratamos de alcanzarlo pero se perdió en la espesura del monte.

Esa noche nos levantamos varias veces y casi no dormimos.

Cuando aclaró salimos a buscar rastros.

Para nuestra sorpresa hallamos un ternero de medio año,muerto entre las chircas.

Al examinarlo comprobamos que estaba mordido cerca de la cabeza pero no lo habían devorado.

Sin embargo estaba totalmente sin sangre.

Un vecino lindero al que contamos lo sucedido nos narró que meses atrás, de su campo habían faltado unos corderos.

Cuando los encontraron estaban muertos, enteros, pero también totalmente desangrados.

Ese día no cazamos nada y durante la noche no ocurrió hecho alguno a destacar.

Al otro día emprendimos el regreso

De paso por el boliche de don Zoilo, bajamos a comprar agua mineral y narramos lo ocurrido.

Un viajero que estaba en el lugar, se rio estrepitósamente y comentó: ja,ja, jaaaa, capaz que era el chupacabra

Acá lo han visto varios pero no cuentan por temor a ser tomados por locos o fantasiosos, nos dijo don Zoilo.

Tal cual fue lo que nos aconteció.


blog del maestro







lunes, 3 de agosto de 2009

Pichonadas



Pichonadas


De los personajes que recorrían la ciudad en el siglo pasado, recuerdo a El Pichón.


Era de regular estatura, piel oscura y cabello escaso y encrespado.


Su presencia hacía que los niños sintieran miedo aunque él era naturalmente tranquilo, salvo cuando alguien lo hacía motivo
de burlas gritándole: “pichón de gorrión”. Entonces él lo corría aunque nunca oí
decir que alguien hubiera sido alcanzado y golpeado por su perseguidor.


En los carnavales se arrimaba a los tablados y era usado para llenar huecos entre actuaciones de murgas y humoristas.


Se lo veía feliz cuando frente al micrófono tarareaba una melodía empleando una sola sílaba como: “ne ne n ene n ene nene…”.


También en estos momentos “los vivos de siempre” se divertían a su costa. Se ubicaban debajo del piso del rudimentario escenario y por entre las tablas del mismo pasaban un palito puntiagudo y le pinchaban los pies descalzos, hasta que a su llamado de “me están judiando”, acudía el organizador y responsable del escenario y ponía orden.


También debo aclarar que las bromas que le gastaban no pasaban mucho más de eso, y como alguien reconociera años después, “lo hacían sin maldad”.


En otras ocasiones se lo podía ver haciendo
“changas” y con el producto satisfacía ampliamente sus necesidades ya que éstas eran muy pocas.


Cierta vez debía cargar en un pequeño camión algunos muebles para hacer una mudanza. Subió al camión una silla y se bajó prestamente quedando recostado a un muro. Cuando el dueño del camión llegó con más muebles de la vivienda para cargar, le preguntó porqué no cargaba las sillas. La respuesta fue: “Si no se baja ese negro del camión no cargo”. Y es que se había visto en el espejo de un ropero que estaba como parte de la carga atado a una baranda con el espejo al descubierto.


Santos Giménez



Padilladas



Padilladas


María Concepción, más conocida por “La Padilla”, fue un personaje de nuestro Tacuarembó, difícil de no ser recordada por quienes la conocimos.


Sobre ella se ha escrito bastante y probablemente siempre alguien (como en este caso), tendrá anécdotas para agregar al largo rosario que ya hay.


Para quienes no saben de quien se trata diré que proveniente de Brasil había llegado a estos parajes alrededor de 1870 y tantos.


Habría estado en campos de Masoller cuando la muerte del general Aparicio Saravia, junto a su marido que había caído prisionero de una patrulla revolucionaria. Allí también estuvieron los hermanos Giménez, con los cuales habría tenido cierto trato amistoso.


Cierto día en que yo acompañaba a mi abuela Bernardina al comercio de Moroy, en la esquina donde está actualmente el bar “El Gamo”, la conocí en situación poco feliz para mí que era un flacucho de seis o siete
años.


Era en época de elecciones.


Los muros de la ciudad estaban cubiertos de propaganda política y yo me entretenía desprendiendo carteles del partido colorado.


De pronto un personaje extraño y poco amistoso se me acercó tomándome por sorpresa en mi travesura, alzando un garrote que usaba a modo de bastón y a punto estaba de asestarme con él cuando mi abuela la frenó llamándole por su nombre de pila, haciéndole saber quien era. Entonces lo que antes fue furia hacia mí, se transformó en una muestra de cariño y simpatía, característica tal vez de la otra Padilla, la que cobijaba a niños desamparados como si fueran hijos propios.


Calmada la furia de aquel ser y extraño pude saber por mi abuela quien era y que en una ocasión había estado a punto de perecer ahogada al caer ebria en una cantera de cantos rodados abandonada que la lluvia había llenado convirtiéndola en trampa mortal. El milagro de su salvación tenía nombre y apellido. Fructuoso Giménez. A partir de entonces La Padilla, agradecida, sentía respeto por ese apellido.


Cuando las inundaciones del año 1959, algunos artículos de primera necesidad escasearon y debieron ser racionados de forma estricta, tal el caso del azúcar.


Los comercios entregaban cuarto quilogramo por cliente y como caso excepcional se podía adquirir un quilogramo en algún mayorista luego de una larga cola.


Esto ocurrió en oportunidad que La Padilla, como muchos, hizo la cola en el conocido comercio Casa Testa. Al llegar al mostrador el joven que atendía le hizo saber amablemente que no quedaba más azúcar pues se había agotado el stock disponible para ese día.


La furia y el descontrol afloraron en la otrora miliciana quien emprendió feroz persecución del joven que para esquivar el bastón vengador de “la ofensa”, (que se alzaba como un sable en manos expertas), se parapetaba detrás de mostrador y estanterías, haciendo caso omiso al gerente que lo amenazaba con la pérdida de su trabajo.

Al cabo de cierto tiempo la persecución cesó y la perseguidora, algo agitada y no muy calma, derribó una pila de mercaderías envasadas y sobre ellas hizo sus necesidades sin que nadie se atreviera a intervenir.

Santos Giménez

P.D. (La anécdota fue narrada por un testigo presencial que aún vive)



jueves, 23 de julio de 2009

El Mono



El Mono


Cuando era niño conocíal turco José.


Una tarde soleada de verano, golpeó las manos y mi abuela lo atendió.


Era un personaje muy conocido en el barrio ya que de tiempo en tiempo se aparecía cargando una enorme valija y otros bultos que a mí se me antojaba que debían pesar como mil kilos. Cuando abrió la valija y empezó a sacar cosas de ella parecía que traía todo un puesto de feria como los de Tristán Narvaja: hilos, agujas, tijeras,
y un sinfín de otras cosas.


Los bultos consistían en frazadas, acolchados, sábanas, toallas, etc.


Mi abuela siempre le compraba agujas de máquina para una vieja Singer
que cosía hasta cueros de oveja pero claro, a veces la aguja se quebraba, sobre todo cuando yo, en un descuido, la usaba para mi bolsa de las
bolitas o remendaba una vieja mochila donde guardaba unos aparejos de pesca.


Pasados los años, yo con Título de Maestro, fui a trabajar a una escuela rural, y a la primera oportunidad fui al “almacén” con la excusa de comprar algo de yerba, un poco de café y azúcar. En realidad estaba deseoso de que me conocieran como El Maestro nuevo y además con la natural curiosidad de conocer como era el tal boliche y la gente que allí frecuentaba.


Mi impresión fue que allí no había alienígenas sino seres humanos a los cuales el entorno los mostraba alegres, solidarios, dicharacheros, sin estrés ni depresión, y siempre dispuestos a hacer “la gauchada”.




Hasta ahí no había conocido al dueño del negocio, el cual andaba según el encargado, comprando unos terneros a un vecino al que la
crisis lo tenía casi loco. Ya había vendido sus mejores novillos a un estanciero de la zona y ahora debía hacer frente a los vencimientos en el BROU para lo cual debía sacrificar malvendiendo sus terneros, una lechera, tres percherones y hasta la vieja ESTUDEBAKER que tantas veces lo había sacado cuando las lluvias desbordaban el Turupí.


Cuando regresóel bolichero, mi sorpresa fue grande al reconocerlo. Se trataba nada menos que del turco José.


Lo saludérespetuosamente y él que tardó algo en reconocerme, manifestó su alegríapor haberme conocido de mocoso y ahora saber que era maestro. Preguntó por mis familiares y se apenó al enterarse que mi abuela había fallecido años a. Después me invitó una cerveza fría y así nos hicimos amigos.


Otro día estaba en el boliche del turco cuando llegó el Mono Rosales. Este estaba algo”bajoneado“porque a sus diecisiete años no tenía un trabajo estable, sólo alguna changa, alguna monteada, arreglar algunos bretes, algún alambrado caído, cosas de poca monta.



Fue entonces que llegódon Bonomi, estanciero fuerte del lugar, quien luego de comprar un surtido para la semana, comentó al pasar, que seguía teniendo problemas para encontrar quien le cuidara “La Maldita”. Era ésta su otra estancia que estaba cerca de la picada de los Ladrones.


El Mono, que estaba tomando una cerveza le preguntó cual era el problema por el cual no encontraba peón. Don Bonomi respondió,
con tono reservado y misterioso, que allí pasaban cosas y que los últimos caseros habían renunciado y los comentarios que hacían desalentaban a quienes querían trabajar allí.


El Mono pensóque esta era su oportunidad, que la suerte estaba hoy a su favor y no lo pensódos veces cuando dijo: si a usted le sirve yo me ofrezco para trabajar.


Hablaron un rato.Se pusieron de acuerdo en las condiciones de trabajo y cuando don Bonomi se despidió y se alejó del boliche del Turco, el Mono ya tenía trabajo e iba alegre entre las bolsas y cueros que cargaba la camioneta rural.


Al llegar a”La Maldita”, Bonomi mostró al Mono todas las instalaciones de la antigua estancia.


Para llegar a la construcción principal debieron recorrer una especie de callejón bien cuidado, con paraísos a ambos lados, luego de atravesar una portera muy pesada hecha de madera dura con muchos años, un mataburros hecho con durmientes y finalmente llegaron hasta un viejo portón con rejas de casi dos metros de alto.


El candado era enorme pero estaba bien engrasado por lo que la llave giró sin esfuerzo. Lo traspasaron dejándolo abierto y pasaron junto a un pozo de balde de cuya roldana pendía una gruesa cadena con un balde de hojalata en el extremo.


A la derecha se veía a pocos metros un baño de ganado tapado cuidadosamente con tapa corrediza de chapas algo herrumbradas.


La construcción era de piedra, tenía una enorme puerta y dos ventanales al norte y hacia el oeste una baranda de todo el largo de la construcción.


En un pequeño galpón había pilas de cueros y bolsas de forraje para el ganado.


En un costado, protegido por una especie de casilla de lata estaba el equipo que proporcionaba los doscientos voltios de corriente alterna para alimentar las luminarias y los equipos que los había desde heladeras hasta televisores y computadoras.


Antes de retirarse, don Bonomi indicó al Mono donde había dama juanas de añejado vino y hasta bebidas sin alcohol. Carne, galleta, sal, yerba, de todo había y podía consumir, eso sí, sin abusos.



Cuando el estanciero se retiróestaba cayendo la tarde. El Mono quedó sólo, pensativo, pero que feliz. ¡Tenía por fin su trabajo!


Recorrió la estancia por fuera. Fue hasta el pozo y probó a sacar agua fresca para lavarse la cara. Tal vez hoy hasta tomaría un buen baño con agua caliente aunque tenía miedo, capaz que se quemaba de puro abombado ya que nunca se había bañado con agua caliente.


Luego fue hasta el baño de ganado, corrió la tapa viendo como todo estaba en orden, oyó ladridos y vio como se acercaba una jauría de perros de todas las razas, hasta un danés enorme que parecía medio ciego.


Terminada su recorrida, cortóleñas para la cocina de hierro. Encendió un buen fogón, eligió de una fiambrera una paleta de oveja con costillas y la colocó con bastante sal y ajo en una asadera que metió al horno. Luego fue donde las damajuanas y eligió una que por lo descolorido de la etiqueta debía de hacer mucho tiempo
que estaba allí y mientras pensaba: que desperdicio, se pellizcaba para asegurarse que no soñaba.


Como el sol se estaba retirando completamente, probó a encender el grupo electrógeno. No era japonés ni americano pero luego de pocos intentos quedó pistoneando. Probóa encender una luminaria luego otra y otra
y pronto la estancia quedótoda envuelta en una tenue luz iodada.


Sólo se oía el ruido del generador y a veces algún ladrido lejano de perros corriendo algún zorrillo o comadreja que los había y muchos.


Por si acaso, su flamante patrón le había indicado un armario donde se guardaban varias armas. Había dos rifles Berno número 2,una escopeta calibre 28, un revolver Smith& Wesson calibre 38 y hasta una carabina que a juzgar por su modelo debía ser muy antigua pero por su estado de conservación podía parecer bastante nueva. Por supuesto todas ellas contaban con munición abundante.


En caso de presentarse jabalíes, la carabina era la recomendada ya que las otras eran casi como de juguete frente a este animal de piel antibalas.


El asado comenzóa despedir un delicioso aroma y el vino añejado iba desapareciendo lentamente del improvisado vaso. Mientras tanto, una antigua radio pasaba los goles del loco Abreu y el comentarista hacía gala de sus conocimientos de fútbol armando una selección ideal para enfrentar a los brasileros y llenarles la canasta haciéndolos enmudecer como en el 50.



De pronto el equipo electrógeno bajóla tensión y luego la subió bruscamente, una vez, dos veces y finalmente todo quedó a oscuras.

El cielo estaba estrellado, sin nubes, y una luna llena estaba casi encima del tajamar cercano.


Ladró la perrada y acto seguido salieron para el campo con aullidos lastimeros.


El Mono se puso alerta y por si acaso, encendió un farol a queroseno y se dirigió al armario de las armas. En la semipenumbra de la cocina esperó recostado a una pared.


Se oyeron balidos de ganado y bufidos de caballo. Luego el pesado portón se abriócon un crujido ensordecedor. Acto seguido se oyó el galope de un caballo acercándose y luego el desensillar, abrir la
tapa del pozo, soltar la cadena con el balde y retirarlo lleno para lavar el lomo del animal que debía estar muy sudado.


Todo esto duróapenas pocos segundos pero al Mono le parecieron horas.


Cuando todo silenció, el motor volvió a funcionar sin que el Mono hubiese hecho nada, las luminarias se encendieron y todo quedó como antes.


El Mono tomó el arma y las municiones que había elegido, salió al patio y comenzó una minuciosa inspección ocular.



Fue hasta el pozo y lo hallótapado, la cadena y el balde colgado en su lugar. No había rastro de agua derramada ni pisadas recientes de animal alguno.


Luego se dirigióal baño donde todo estaba como lo había visto esa tarde.


De pronto miróhacia la manguera de piedras donde se encerraba los ganados para contar y seleccionar y vio lo que le pareció una enorme pelota de fútbol, tan grande como esas jaulas redondas que usan en los circos para que dos o tres locos se metan adentro con unas motitos como de juguete- pero que hacen un ruido infernal y desarrollan velocidades tremendas- y jueguen a matarse dando vueltas y más vueltas.


La pelota enorme estaba iluminada con una luz más potente que la luna llena de esa noche, saltócomo si un pie gigante la hubiera impulsado, rebotóuna vez, otra vez y se alejó alzándose en el espacio hasta desaparecer por completo.


El Mono entró a la cocina, comió asado con galleta y fariña y lo bajó con abundante vino rancio.



Al otro día temprano se levantó, hizo algunas tareas de rutina y se sentó en un banco de ceibo a matear y esperar que se aprontara un puchero.


Cuando llegóel patrón le preguntó: y, ¿cómo va la cosa? ¿Alguna novedad? No señor. Todo está bien.


Cerca del mediodía llegaron unos compradores de cueros y lana. Traían la carga casi completa por lo que el Mono pensó que debían haber madrugado bastante ya que venían de lejos y por caminos difíciles de transitar. Era lógico que buscarían hacer el mediodía en la estancia como se estilaba en la zona.


Nunca trabajador alguno se marchaba sin antes almorzar lo que hubiera en la cocina. El Mono había carneado un consumo y se aprestó a poner una paleta al horno para la ocasión.


Después de haber saciado su apetito, o, como dijo el más veterano,”llenado la panza”, completaron la carga y se marcharon haciendo bromas sobre lo duro que estaba”la oveja vieja”.



Casi al entrarse el sol, se acercaron unos alambradores que habían estado trabajando en el potrero de la costa y pidieron al casero un poco de yerba, galletas y algo de carne porque según decían,”estaban podridos de comer mulitas y carpincho”. Extrañaban la carne de oveja. Un buen puchero de espinazo o unas costillitas asadas con sal, boniatos y un poco de vino.


Habiendo obtenido lo que solicitaron, entregaron a cambio un enorme tatú, dos tarariras negras de buen porte y un cuero de carpincho bien estaqueado.


Cuando quedósólo, el Mono hizo la rutina: puso cerrojo y candado al portón, revisó cuidadosamente los alrededores de la construcción principal, comprobó que en la manguera y el baño de ganado no había nada extraño y después, como era de orden, cargó más combustible al equipo electrógeno y lo encendió.


Prendió las luminarias y todas con la sola excepción de una que debió reponer iluminaron la estancia que vista de lejos a alguien se le ocurrió decir que era una ciudad en miniatura.


Hecho lo antedicho, revisópuertas y ventanas, entró y se dirigióa su lugar favorito: la cocina.


Hacía poco más de dos horas que había anochecido. La noche estaba serenita.


De cuando en cuando algún chajá o los teros daban gritos de alerta en el bañado.


Los perros descubrieron una comadreja intrusa en las cercanías del gallinero y la obligaron a subirse a un eucaliptus viejo donde tenía su escondite.


De pronto ladraron y huyeron despavoridos rumbo al monte cercano hasta que ya no se les oyó.


El pesado portón chirrióal abrirse mientras varios jinetes se acercaban arriando animales.


El Mono pensó: otra vez viene ese a joder.



Se oyócorrer la tapa del baño y seguidamente los animales caer al agua con balidos que se apagaban cuando el agua les tapaba la cabeza.


Esto durómenos de un minuto.


Cuando volvióel silencio, el Mono salió, carabina en mano listo para enfrentar al intruso pero éste no se hizo presente. Ni siquiera su rastro quedó.


El baño estaba tapado y al igual que la noche anterior, no había sido derramada ni una gota de agua por sus alrededores.


Volvió a la cocina y mientras asaba unos boniatos para acompañar el asado que había sobrado a mediodía, pensaba y se decía para sí: jodido. Yo te voy a agarrar bañando sin mi permiso.



Amaneció un nuevo día y el Mono no estaba seguro si había madrugado o no se había acostado todavía. Le dolía el cuerpo como si hubiera lomeado bolsas de lana.


Cuando se lavóla cara y se miró al espejo viejo que había en el baño, notó que tenía unas ojeras violáceas que no se conocía. - Este trabajo es una mierda pero es lo que hay se dijo para sí. Y luego: como me digo esto, me digo lo otro. Capaz que mañana resulta ser una viña.



Otro día. El Mono pensóque no aguantaría más a los estúpidos que le hacían ese tipo de bromas.


Y si los esperara escondido en algún lugar donde no fuera visto. Claro. Como no se le había ocurrido antes. Capaz que arriba de un árbol con frondosa copa, o detrás de la pila de leña, tapado con un cuero vacuno. Pero, y si se llegaba a quedar dormido podía darse tremendo porrazo contra las raíces del árbol.


La idea de taparse con el cuero parecía más tentadora pero recordó que un veterinario conocido se había muerto de carbunco por lidiar con animales que tenían la peste esa. Además podía llegar algún peón madrugador y él no quería ni saber las burlas que tendría que soportar después.


Mañana pensaréalgo mejor, se dijo. Hoy voy a ver si vuelve el estúpido ese.


Durante el día, las tareas que siempre eran más, lo hicieron olvidarse de lo pasado la noche anterior. Para peor casi se muere una vaca nuevita, de raza. Estaba pariendo cuando aparecieron los jabalíes y le comieron el ternero y casi la comen también a ella. El más grande pagó cara su osadía. La bala de carabina le atravesó la cabeza entrando por un ojo y saliendo por detrás.- Yo te voy a dar, chancho de mierda-. Había dicho mientras los demás huían.


Pronto se hizo noche. La luna estaba menguando y las estrellas brillaban más. Por el horizonte aparecióuna estrella fugaz que se desvaneció pronto sin darle tiempo de hacer un pedido.



Ahora la rutina casi no le insumía tiempo.


En la cocina, mientras asaba el tatú y boniatos pensaba que feliz estaría su padre si lo viera de estanciero. Capaz que algún día saca la lotería y se compra una casita cerca de un arroyo y un bote con motor de esos que tienen los patrones, y vamos todos a trabajar con él. El viejo es guapo, sólo que está jodido de las caderas. Desde que el Satanás lo volteó no pudo domar más y pa’ mejor no tiene años pa’ jubilarse ni pa’ pedir una pensión.


En esto estaba cuando las paredes y el techo empezaron a temblar.


Oyó que en la despensa todo parecía venirse al suelo. Recordó que allí se guardaban además de alimentos muchas cosas delicadas y de subido valor.


Había unas copas de cristal que eran de los abuelos de un presidente cuyo nombre no recordaba, que le habían obsequiado a su patrón después que un político importante las había adquirido en un remate. También había platos de porcelana y una jarra con la palangana que le habían enviado de Europa y que pensaba regalarle a su hija cuando ésta se casara.


Pensó salir corriendo pero cambióde idea y se metió debajo de la rústica mesa y escondió la cabeza por si acaso como aconsejan en caso de bombardeo. No estamos en guerra pero vaya uno a saber.


Cuando todo volvióa la normalidad, salió cauteloso de su refugio antiaéreo y comenzó a investigar.


El edificio había resistido bien el sacudón. Ni una sola rajadura en las paredes. El techo estaba intacto.


Ahora su preocupación era la despensa. ¡Que cagada si se hubieran roto aquellos tesoros! Que le iba a decir al patrón cuando volviera. Claro que él no era el culpable y además qué podría haber hecho para salvar aquellas reliquias.


Mi vida vale más que esas porquerías que amontonan los ricos. Cuántos días comerían mis hermanos con una jarra de esas, y no digamos nada de las copas del finado abuelo del finado presidente, que Dios lo tenga a buen recaudo.



Cuando abrióla despensa, un vampiro se soltó del techo y casi le clava el diente.


A ustedes también los voy a reventar clavándoles una estaca bien puntiaguda en el medio de la panza.


Pasado el susto, notóque tenía las ropas mojadas, para mejor o peor, hoy se había bañado con agua caliente y se había cambiado el calzoncillo por un short pero no tenía más calzoncillos hasta que se secara el que había lavado.


De pronto se acordólo que estaba haciendo: inspeccionando el lugar del desastre.


Miró el techo, las paredes, las estanterías. Todo estaba en perfecto orden. Pero entonces yo soñé despierto. Creo que el trabajo me está haciendo daño. Y si es así, ¿por quédicen que es bueno para la salud entonces?


Como ya era muy tarde se fue a dormir olvidándose del tatú y los boniatos que tenía en el horno.


Al otro día anduvo pensativo, desorientado. Tenía ganas de irse a la mierda. No le importaba que lo llamaran jodido. Siempre le pareció de tontos dejarse matar para que lo considerasen un héroe. Recordaba haber oído una historia de una mujer con dos cabezas que esperaba en el paso a los que volvían del boliche del negro Medina y los tiraba del caballo y les orinaba en la boca y al otro día amanecían con la jeta hinchada hasta que un día el viejo Roldán la enfrentó y le cortó las dos cabezas y se las tiró a los chanchos para que se dieran un banquete. También otro valiente se había topado con un lobizón y lo había hecho tirarse al arroyo crecido y nunca más se supo del tal lobizón.


Esos eran valientes pero no se habían dejado matar. Ahora el problema es que esta cosa no atraca. Cuando la busco no está y si estáno la veo.


A la noche siguiente nada extraño pasó. Tampoco a la siguiente y así el Mono fue sintiéndose seguro y dueño de la situación.



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Hacía más de dos meses que el Mono trabajaba como casero en “La Maldita”.


El turco lo visitaba de vez en cuando y le llevaba surtidos por encargo de Bonomi.


Un día algo dejóescapar el Mono de los sucedidos en aquellas noches. Lo cierto es que desde entonces el Turco lo visitaba seguido llevando bebidas y cigarros. También llevaba una pesada barra de hierro y un extraño aparato con mango largo que el llamaba “destetor”, y decía que servía para hallar mulitas que estaban escondidas en la cueva. Cuando las encontraba hacía un ruidito que él decía era el canto de las cascarudas.


Un día, después que el Turco hacía varios días que no aparecía, el Mono salió de recorrida y halló junto a un ombú centenario un hoyo del tamaño de una rueda de Ford A y tan profundo que se podía meter la piernas hasta la rodilla.


Cerca del borde había cuatro monedas amarillas con aspecto de viejas, del tamaño de un botón de saco.


Al Turco nunca más lo vieron. El boliche quedó al cuidado del peón. En una pared se leía escrito con carbón: TODO BARA BOS. CUIDA BIEN LAS BAQUITA Y LA CHANCHA. Josep


Santos E. Giménez













La llegada del hombre a la luna


La llegada del hombre a la luna


Por estos días se ha estado hablando bastante de la hazaña que significó la llegada del primer hombre a la luna.


Desde los que comparan el hecho con el descubrimiento de América, hasta los escépticos que ponen en duda la veracidad del mismo catalogándolo
de un extraordinario montaje al mejor estilo hollywoodense.


Prescindiendo de tomar partido en la polémica, la situación es propicia para traer
a mi memoria una situación anecdótica de la cual fui en cierto modo coprotagonista, (al menos eso creo).


El año que ese hecho aconteció, me encontraba haciendo mis primeras armas, con mi flamante título en una escuela rural como muchas otras, ubicada en el departamento de Tacuarembó, al sur de la capital del mismo, en medio de las estancias y a pocos kilómetros del rancherío donde vivía la mayoría de las familias que enviaban niños a la dicha escuela, incluyendo la de la señora que preparaba día a día, con dedicación y esmero, el desayuno, almuerzo y merienda de los alumnos.


Por esos días, la electrificación rural era algo de lo que ni se hablaba o mejor, casi ni se hablaba, ya que existían algunas estancias que contaban con grupos electrógenos, de alto rendimiento y gozaban por tanto de ese caro privilegio.



Es obvio que la escuela no contara con aparatos alimentados por la corriente eléctrica como TV, radio, computadora, etc.


Las noticias nos llegaban diariamente a través de las pequeñas radios a transistor, alimentadas por pilas, que los maestros solíamos llevar como parte imprescindible de nuestro equipo pedagógico junto a un reloj despertador, un calentador a gas de queroseno, más conocido como “PRIMUS” aunque en realidad fuera marca “CABALLO LOCO”, y una lámpara ALADINO, generalmente de” importación”. Otra fuente de información eran los periódicos, aunque no de noticias, ya que en realidad cuando éstas llegaban, ya eran historia.


Cuando a través de una emisora capitalina se conocía la noticia del “pequeño paso para el hombre pero enorme para la humanidad”, creímos que se trataba de un acontecimiento muy motivador desde el punto de vista que se mirase para nuestra tarea en el aula.


Con las orejas tan cerca como fuera posible de la pequeña NATIONAL, maestro y alumnos nos ilustramos con la ciencia y la tecnología de punta.


Aunque parezca irrisorio, un detalle que llamó la atención, fue lo de la bandera clavada en la superficie del satélite. A ello, agreguéen tono de chanza, como sería el martillo que emplearon para clavar dicha bandera, pensando que la superficie lunar por ser muy seca debía ser también muy dura.


No faltóalgún alumno despierto que opinó que tal vez también hubieran dejado el mismo como testimonio de la presencia humana.



Pasaron algunos días y otras noticias hicieron palidecer la hazaña lunar por eso tal vez me tomóde sorpresa la actitud de la cocinera, que en más de una oportunidad al venir o regresar después de su tarea, llevaba el cuello algo ladeado y la mirada dirigida hacia lo alto.


Un día mi curiosidad pudo más que mi discreción y le pregunté si sufría de tortícolis o algo parecido. Esto la tomó de sorpresa y me interrogóel porqué. Le dije que la veía venir con el cuello “torcido”.


La respuesta hasta hoy la recuerdo vivamente: “maestro, ¿usted no dijo que los hombres dejaron un martillo en la
luna? ¿Y si me cae en la cabeza?






Abejas asesinas?



Abejas asesinas?


Don Raúl Arrúa fue por muchos años zapatero remendón en un pueblito que se extendía a lo largo dela vía del ferrocarril.


Por esos tiempos el ferrocarril unía las poblaciones, de norte a sur, desde la capital hasta la ciudad más norteña de nuestro país.


No era extraño que le dejaran un par de botas, algunos pares de zapatos o sandalias para poner media suela y taco o simplemente coser o pegar o hacer lo que vulgarmente se dice un remiendo, y levantarlo al regreso del tren.
Y es que por esos años las confecciones eran de buena calidad, Made in Uruguay como se diría en la jerga del comercio internacional. Luego vinieron los Made in China o lo que es lo mismo “Use y tire” y don Arrúa debió emigrar a la ciudad para no caer en la indigencia como sucedió con muchos coterráneos suyos que no “huyeron a tiempo”.


En la capital se instaló con una churrasquería, negocio en el cual se desempeñaba muy bien ya que conocía de carnes y además era un campeón de las relaciones públicas
aún sin haber hecho cursos.


Un día a don Raúl le sonrió la fortuna y acertó cinco números en un conocido juego, haciéndose legítimamente de un recontra gordo pozo de oro.



Pensó realizar largos viajes por el mundo pero se dio cuenta que no le resultaría fácil pasar muchos días en alta mar, viajar en avión ni loco ya que sufría de vértigo, comprar propiedades en la costa le hubiera gustado pero no conocía el negocio inmobiliario y hay muchos avivados en el mismo.


Finalmente, aconsejado por el padre de Aurora, una joven venida del campo, como él, con la que se casaría después, compró una pequeña extensión de campo, mandó construir una amplia y confortable casa con abundante agua de pozo semisurgente, luz eléctrica, todo confort hogareño, hasta antena parabólica y conexión de internet  y se vino a vivir al campo.


Era realmente un hombre feliz y querido por todos.


Yo había ido de pesca invitado por él, ya que por su propiedad pasaba un afluente del río Tacuarembó, donde la pesca era abundante y de buen porte.


Estábamos sentados debajo de una enramada, observando a dos muchachos peones voltear un novillo negro para curarle unas bicheras cuando un hijo del capataz,
fue atacado por un enjambre de abejas asesinas. Algunas de ellas parecían diminutos aviones de combate pasando sobre nuestras cabezas.


       Don Raúl, lejos de huir corrió hacia el niño y en un acto de heroísmo lo arrebató al furioso enemigo.



Como yo tengo conocimientos de primeros auxilios y además siempre llevo conmigo, cuando voy a lugares de monte, un pequeño botiquín bien provisto, le administré la adrenalina en el músculo y lo trasladamos con urgencia a la policlínica cercana.


El niño está fuera de peligro y se recupera rápidamente.      


       S.E.Giménez



El peoncito


El peoncito


Miguelito
era el gurí de los mandados que tenía don Gumersindo.



La mayor parte del tiempo la pasaba recorriendo el camino de la cachimba a la estancia.


Con su petizo aguatero se conocían muy bien, por eso, cuando uno de los dos estaba cansado el otro sabía lo que hacer.


Cuando el animal empezó a renguear, Lito, (así lo apodaban),desprendió el barril a la sombra de un coposo ombú, de abultadas raíces y tronco retorcido.


Mientras el equino mordisqueaba la verde hierba, Miguelito jugaba con Agregado,un galgo de pelaje gris que encontró un día cuando buscaba huevos de tero. Se le acerco el perro, mansamente, moviendo la larga cola.
Estaba cubierto de garrapatas y tenía las costillas casi saliendo a través del cuero, y por si aquello fuera poco, mostraba el animal una herida abichada en el pescuezo.


El niño lo llevó a la estancia y a pesar de los reproches de sus mayores,le dio de comer, curó las heridas y lo limpió de parásitos.


A los pocos días el animal, (que era adiestrado y muy veloz), le trajo un lebrón y al día siguiente otro y otros…



Cada día se hacían más amigos. El galgo ya recuperado totalmente, era la codicia de cazadores que llegaban de los pueblos aledaños.


Acababa de llegar con el barril lleno de agua fresca cuando don Gumersindo lo llamó y le entregó un encargo para Figueroa, estanciero vecino.


A pesar de la tormenta que se acercaba desde el norte, como era verano y la estancia estaba sólo a dos leguas, montó en el petizo y fue.


Al golpear las manos fue recibido por Rosita, la hija menor del estanciero. Ésta había visto que alguien se acercaba y no tardó en reconocerlo. Casi siempre él le llevaba huevos de guinea, de tero, higos o algunas flores silvestres que ella aceptaba complacida y sonriente.


Don Agustín acababa de pagar los sueldos y estaba enredado con unas planillas que debía llenar para el B.P.S por lo que se hizo esperar.


El cielo se oscureció, se oyeron gordos y largos truenos y lo que comenzó siendo una garúa flaca se transformó en fuerte aguacero.



Lito,guarecido en el galpón de los peones, se entretenía oyendo al ciego Honorio tocar la guitarra a la cual arrancaba delicadamente sonidos celestiales.


En un lugar libre de goteras, varios peones se jugaban lo cobrado en una partida de naipes.


De pronto, un gato negro, atacado por la batarás que incubaba en un rincón, saltó sobre la mesa desparramando las cartas y los tantos.


Fue entonces que el ñato González,- hombre de nariz achatada y fiero aspecto, con fama de malo, que estaba de mal humor por estar perdiendo mucho, tomó al animal por el cuello y lo iba a dar contra el suelo para saciar su ira.


El niño que observaba callado, empuño con las dos manos un cabo de guadaña y alzándolo con gesto decidido y amenazante, se paró frente a González y le gritó: ¡No lo haga!


El hombre dudó un instante y luego soltó al gato y con la cabeza



gacha se fue a dormir sin cenar.


S.E.Giménez




viernes, 3 de julio de 2009

El JACA


“EL JACA”



Llovía torrencialmente
Y la tarde era de hielo
Enojado estaba el cielo
Y la tierra padecía.


Como huésped había quedado
A causa de aquel mal tiempo
Aquel niñito harapiento
A quien llamaban “El Jaca”.


En la noche de su vida
Se había perdido la estrella
Que le alumbraba la huella
Y le mostraba un destino.


De él, la gente sabía
Que era huérfano de madre,
No se conocía a su padre
Y vivía con su abuelo.


-¡Hay que usar mano de hierro
Y dejarse de cariños
Para que llegue este niño
a ser hombre antes del vuelo!


Así hablaba aquella hiena
Incapaz de comprender
Porque no alcanzaba a ver
que en el alma de aquel niño


había un hueco sin cariño
que la vida no llenó.





S.E.Giménez




La tristeza de un niño





La tristeza de un niño



Cuando don Camilo llegó a su estancia ya estaba ocultándose el sol. Venía de un largo recorrido y estaba bastante cansado. A sus años manejar su camioneta vieja y destartalada por caminos cada vez más destrozados por pesados camiones que sacaban la producción de madera para llevarla hasta la planta donde sería convertida en pequeños chips, era toda una proeza.


Su estado de ánimo no era pues, el un padre que regresa feliz a su casa luego de una jornada más de trabajo.


Llamó a su hijo para que le ayudara a descargar los comestibles y especialmente la bolsa con un espinazo de oveja que la cocinera esperaba nerviosa para preparar la cena.


A pesar del cuidado con el que Coco, su hijo de diez años, trató de cumplir el encargo de su padre, en el trayecto hasta la cocina resbaló en una garra de cuero, fresca que los perros habían arrastrado, no pudiendo evitar que, al tastabillar, se cayeran del canasto de mimbre algunas cosas:


Cuatro botellas de buen vino, algún frasco de café brasilero, del mejor, el que hace honor a un grande del fútbol, (ese que dicen no tuvo ni tiene igual), y algunas otras cosas rodaron por en pasto húmedo por el rocío.


Al ver esto, don Camilo, hombre con fama de bonachón, reconocido en la región por su tropilla de caballos criollos y un rodeo de vacunos con menciones especiales en varias exposiciones, dio un sacudón y luego fustigó con severidad al niño, -por descuidado, no saber lo que cuestan las cosas en momentos de crisis, y otras reprimendas que resultan irrepetibles para mí, y que al niño le dolieron más que los apremios físicos recibidos.




...Por eso Coco está callado, acurrucado en un rincón del patio, jugando con un palito sin querer hablar con los compañeros.


S.E.Giménez




Rescoldos de una ciencia milenaria



Rescoldos de una ciencia milenaria


“Yo no creo en brujas, pero…


-Así comenzaba otro de sus relatos el mono Rosales-


Habíamos terminado de reparar los bretes y, para aprovechar las horas de luz, me puse a blanquear el brocal del pozo. En esa tarea estaba, cuando sentí en el brazo que sostenía la brocha, el cosquilleo producido por la presencia de un insignificante arácnido que pude ver por un
breve instante antes de que desapareciera entre las grietas de las piedras.


Al otro día tenía la piel enrojecida y un salpullido que me producía inocultable molestia.


Había oído hablar de los misteriosos métodos de cura que tenía una inmigrante italiana llamada Adriana, a quien la gente de campo acudía para librarse de “una ligadura”, “un empacho”, “mal de ojos”, entre otros males, y la mayor fama se la había ganado por haber curado a un extranjero del
“aire del café”.


Aunque siempre había tomado como poco serias estas aseveraciones, como los emplastos con hojas de parra, ni los vendajes con agua fría, que me había puesto durante la noche, me aliviaban el dolor, y, por el contrario, éste era más intenso, fui a ver a la italiana.


Sentado a la sombra del rancho de paja y terrón, esperé mi turno al igual que otros concurrentes, uno de los cuales me impresionó grandemente por tener un bulto del tamaño de un huevo de codorniz en
una mejilla.



Cuando el sol tocaba el horizonte por detrás de los cerros próximos, la “Médica”, como la llamaban en la zona, me hizo pasar y luego, para mi julepe, tomó un hacha “sin pecar”, según ella decía y sin que yo entendiera para qué, (yo pensaba en los reos que habían sido ejecutados por el verdugo antes de María Antonieta) me condujo al patio trasero. Allí, poniéndome de cara al sol, me preguntaba con voz de bronquios abarrotados de nicotina: -¿qué corto?- y yo debía responder: cobrero bravo. Entonces ella respondía: le corto la cabeza y le corto el rabo,- mientras dejaba caer terrible hachazo en el suelo
de tierra negra y luego se repetía la pregunta y yo sudando le respondía con voz temblorosa y entrecortada: cobrero bravo.


Cuando la ceremonia terminó, en el suelo habían tres cruces perfectas dibujadas a hachazo limpio y yo tenía la bombacha
nueva mojada entre las piernas.


Para completar el tratamiento me alcanzó un ungüento que debía pasarme en la zona afectada tres veces durante tres días sin saltear ni uno.


A la semana siguiente, un hermoso día primaveral, concurrí bien tempano. Esta vez para obsequiarle una bonita sombrilla china como testimonio de mi agradecimiento.


Y terminó el Mono: que las hay, las hay.


S.E.Giménez