jueves, 23 de julio de 2009

La llegada del hombre a la luna


La llegada del hombre a la luna


Por estos días se ha estado hablando bastante de la hazaña que significó la llegada del primer hombre a la luna.


Desde los que comparan el hecho con el descubrimiento de América, hasta los escépticos que ponen en duda la veracidad del mismo catalogándolo
de un extraordinario montaje al mejor estilo hollywoodense.


Prescindiendo de tomar partido en la polémica, la situación es propicia para traer
a mi memoria una situación anecdótica de la cual fui en cierto modo coprotagonista, (al menos eso creo).


El año que ese hecho aconteció, me encontraba haciendo mis primeras armas, con mi flamante título en una escuela rural como muchas otras, ubicada en el departamento de Tacuarembó, al sur de la capital del mismo, en medio de las estancias y a pocos kilómetros del rancherío donde vivía la mayoría de las familias que enviaban niños a la dicha escuela, incluyendo la de la señora que preparaba día a día, con dedicación y esmero, el desayuno, almuerzo y merienda de los alumnos.


Por esos días, la electrificación rural era algo de lo que ni se hablaba o mejor, casi ni se hablaba, ya que existían algunas estancias que contaban con grupos electrógenos, de alto rendimiento y gozaban por tanto de ese caro privilegio.



Es obvio que la escuela no contara con aparatos alimentados por la corriente eléctrica como TV, radio, computadora, etc.


Las noticias nos llegaban diariamente a través de las pequeñas radios a transistor, alimentadas por pilas, que los maestros solíamos llevar como parte imprescindible de nuestro equipo pedagógico junto a un reloj despertador, un calentador a gas de queroseno, más conocido como “PRIMUS” aunque en realidad fuera marca “CABALLO LOCO”, y una lámpara ALADINO, generalmente de” importación”. Otra fuente de información eran los periódicos, aunque no de noticias, ya que en realidad cuando éstas llegaban, ya eran historia.


Cuando a través de una emisora capitalina se conocía la noticia del “pequeño paso para el hombre pero enorme para la humanidad”, creímos que se trataba de un acontecimiento muy motivador desde el punto de vista que se mirase para nuestra tarea en el aula.


Con las orejas tan cerca como fuera posible de la pequeña NATIONAL, maestro y alumnos nos ilustramos con la ciencia y la tecnología de punta.


Aunque parezca irrisorio, un detalle que llamó la atención, fue lo de la bandera clavada en la superficie del satélite. A ello, agreguéen tono de chanza, como sería el martillo que emplearon para clavar dicha bandera, pensando que la superficie lunar por ser muy seca debía ser también muy dura.


No faltóalgún alumno despierto que opinó que tal vez también hubieran dejado el mismo como testimonio de la presencia humana.



Pasaron algunos días y otras noticias hicieron palidecer la hazaña lunar por eso tal vez me tomóde sorpresa la actitud de la cocinera, que en más de una oportunidad al venir o regresar después de su tarea, llevaba el cuello algo ladeado y la mirada dirigida hacia lo alto.


Un día mi curiosidad pudo más que mi discreción y le pregunté si sufría de tortícolis o algo parecido. Esto la tomó de sorpresa y me interrogóel porqué. Le dije que la veía venir con el cuello “torcido”.


La respuesta hasta hoy la recuerdo vivamente: “maestro, ¿usted no dijo que los hombres dejaron un martillo en la
luna? ¿Y si me cae en la cabeza?






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