viernes, 3 de julio de 2009

La tristeza de un niño





La tristeza de un niño



Cuando don Camilo llegó a su estancia ya estaba ocultándose el sol. Venía de un largo recorrido y estaba bastante cansado. A sus años manejar su camioneta vieja y destartalada por caminos cada vez más destrozados por pesados camiones que sacaban la producción de madera para llevarla hasta la planta donde sería convertida en pequeños chips, era toda una proeza.


Su estado de ánimo no era pues, el un padre que regresa feliz a su casa luego de una jornada más de trabajo.


Llamó a su hijo para que le ayudara a descargar los comestibles y especialmente la bolsa con un espinazo de oveja que la cocinera esperaba nerviosa para preparar la cena.


A pesar del cuidado con el que Coco, su hijo de diez años, trató de cumplir el encargo de su padre, en el trayecto hasta la cocina resbaló en una garra de cuero, fresca que los perros habían arrastrado, no pudiendo evitar que, al tastabillar, se cayeran del canasto de mimbre algunas cosas:


Cuatro botellas de buen vino, algún frasco de café brasilero, del mejor, el que hace honor a un grande del fútbol, (ese que dicen no tuvo ni tiene igual), y algunas otras cosas rodaron por en pasto húmedo por el rocío.


Al ver esto, don Camilo, hombre con fama de bonachón, reconocido en la región por su tropilla de caballos criollos y un rodeo de vacunos con menciones especiales en varias exposiciones, dio un sacudón y luego fustigó con severidad al niño, -por descuidado, no saber lo que cuestan las cosas en momentos de crisis, y otras reprimendas que resultan irrepetibles para mí, y que al niño le dolieron más que los apremios físicos recibidos.




...Por eso Coco está callado, acurrucado en un rincón del patio, jugando con un palito sin querer hablar con los compañeros.


S.E.Giménez




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