martes, 18 de agosto de 2009

Delfino Comilón


Delfino Comilón



Cuando se es un muchacho de más de doce años, sin preparación ni educación formal para desempeñarse en tareas administrativas o empleos que ofrecen buenas remuneraciones a cambio de conocimientos teóricos y prácticos sólidos, una opción laboral era y será por mucho tiempo más, realizar aquellas tareas que exigen mayor esfuerzo físico o presentan riesgos por ser insalubres, a cambio de una magra paga.

Las cosechas de frutos u hortalizas en zonas agrícolas, la yerra, la doma al viejo estilo de comienzos de
las vaquerías en la Banda Oriental, la monteada y la esquila entre otras,son algunos ejemplos.

A comienzos de la primavera, los estancieros recogen en vellones,el fruto de su inversión en lanares que les permitirán pagar con creces sus deudas y tal vez comprar más campo a algún incompetente que se las dio de productor rural, o mejorar su flota con una nueva unidad todo terreno.

Cuando ese momento llega,se arman los grupos de esquiladores que al mando de un capataz que generalmente es el dueño de la máquina, ofrecen su servicio a los hacendados.

Antes de las primeras máquinas hacer su aparición en la campaña,los esquiladores esquilaban "a tijera",siendo un trabajo más sacrificado y de menor rendimiento.

Sea como sea,a máquina o tijera,la oportunidad es propicia para hacerse de unos cuantos pesos y además divertirse y mejorar su "curriculum", como se dice actualmente.

Cierta vez, en tiempos de las tijeras, llegó la comparsa de esquiladores a una estancia para las tareas de esquila.

Luego de las presentaciones de rigor, reunidos a la sombra de un ombú,recibieron la visita del capataz del establecimiento, quien luego de entretenida conversación, les preguntó, si alguno de ellos era muy comilón.

Los esquiladores se miraron entre ellos, sin acusarse, hasta que el capataz de la comparsa recordó que había entre ellos alguien con bien ganada fama de comilón.

Entonces dirigiéndose disimuladamente a quien formulara la pregunta le indicó a un hombrecito mayor que los demás, diciédole: aquel viejito es un comilón bárbaro.

El visitante le comentó que el patrón tenía por norma hacer al final de la esquila, una competencia de comilones y siempre ganaba ya que tenía "un pollo" capaz de comer por cinco.

Pidió que se mantuviera discreción y en secreto el asunto hasta el momento oportuno.

La zafra estaba llegando a su fin.

Los esquiladores,después de la ardua jornada que había comenzado muy temprano y terminado ya entrado el sol,reunidos alrededor del fogón degustaban un rebosante plato de porotos con maíz y charqui de oveja,a la vez que festejaban las ocurrencias de alguno con dotes de narrador que amenizaba la reunión.

Fue entonces que se acercó el patrón (así llamaban al estanciero), y les dijo:- muchachos, la esquila ha sido muy buena. El rendimiento es superior al de años anteriores y no han habido animales cortados más de lo normal: ocho o diez pero todos se curan.

Para festejar,el domingo tendrán una despedida.

En ella haremos concursos con premios y todo eso.

Quiero hacer una competencia muy especial de la casa: el concurso de comilones.

Gana quien come más y más rápido.

El premio es una potranca de raza.

Yo tengo un pollo.

Si alguno quiere competir, se anota-.

Como ninguno se anotaba, el capataz dijo al patrón:-yo voy a poner un pollo:-miró en derredor y luego de disimular un poco, dijo: -como no los conozco mucho y no sé cuanto comen, me da igual cualquiera de ustedes, pero voy a elegir a aquel viejito que está en el rincón-.

-Mañana deben ponerse de acuerdo los competidores en la comida que quieren para el domingo-finalizó el patrón-.



Eligen el menú

Al otro día reunidos todos con enorme espectativa, oyeron a los competidores dar indicaciones al encargado de preparar la comida para la competencia.

El pollo del patrón resultó ser un pardo enorme con abultado vientre lo cual decía a las claras que era de muy buen comer.

Se les preguntó quien quería elegir el menú.

El pardo dijo que le daba lo mismo una comida que otra.

Interrogado el viejito,manifestó: que seja un pirón de fariña de mandioca y que u caldiño seja gordura.

Día de la competencia

El domingo ameneció expléndido.

Un hermoso día primaveral.

Los esquiladores arreglaron sus "monos", (así llamaban a sus bolsas de arpillera cargadas con sus pertenencias),se asearon y mientras esperaban el momento tan ansiado, se distraían enfrascados en partidas de naipes y tabeada.

Y por fin llegó la hora.

Sentados en cuclillas formaron rueda alrededor de los participantes.

El pirón estaba espeso y sobre él se formaba una capa de grasa de unos tres o cuatro centímetros.

En la primera servida los platos repletos fueron rápidamente vaciados.

Segunda servida algo similar ocurrió.

Así dos servidas más.

A la cuarta el pardo hizo un gesto de rechazo pero ante la mirada atenta del patrón que había apostado fuerte contra su capataz, hizo un esfuerzo y logró limpiar el plato antes que su oponente.

Cuando los dos hubieron terminado, el cocinero interrogó-¿quieren más?-

El pardo dijo, con voz grasienta:-no puedo más.- Mientras su oponente expresaba:- Si vocé me permite, eu vo comé na panela.-Se le autorizó.-Fue declarado ganador por unanimidad del jurado.

Por primera vez el patrón había perdido la apuesta.

A regañadientes pagó lo apostado al capataz que no ocultó su satisfacción y asombro. Satisfacción por el triunfo y asombro por la demostración de apetito y buen comer de "El viejito" que a partir de ahí fue conocido como "Delfino Comilón".

Luego de recibir el premio entre aplausos y bromas, Delfino se fue a reposar , luego de haber caminado durante un cuarto de hora, mientras el resto de la comparsa almorzaba un puchero con boniatos, zapallo y maíz.

Luego continuó la fiesta hasta el anochecer.

Mientras tanto, los cocineros habían vaciado las ollas para ser limpiadas, colocando el resto de pirón sobre el techo de chapas de un corral de aves.

Al anochecer, mientras se preparaban para partir hacia otra estancia el día siguiente,Delfino dió cuenta del apetitoso resto de pirón.

Ya bien noche, se acomodaron en el galpón para descansar mientras recordaban la linda jornada que acababa de finalizar.

A eso de las cuatro de la madrugada, unos lamentos y quejidos despertaron al capataz que había bebido poco y tenía sueño liviano.

Se levantó presto y se arrimó al lugar,cerca de la puerta donde dormía Delfino, el cual se retorcía de dolor mientras clamaba -¡Hay mi Dios,¿ me voy a morir?!-.

El capataz que se dió cuenta al momento de lo que sucedía, atizó el fogón que había quedado con brasas "vivas", tomó una guampa de buey que había colgada a la pared del galpón y la colocó al fuego.

Cuando se hubo quemado un poco, raspó el carbón que se había formado en la misma en un jarro de lata y lo completó con agua hirviendo.

Cuando se hubo enfriado lo suficiente, le dió a Delfino a beber la extraña infusión.

Vaciar el recipiente y salir corriendo rumbo a los tártagos fue todo al unísono.

La velocidad fue poca aunque la distancia era realmente corta.

A mitad de camino, ya sin las prendas de vestir inferiores,que habían ido quedando atrás, comenzó a dejar un rastro oloroso y contundente que denotaba la voluminosa capacidad del vientre que se estaba evacuando.

No faltó quien gritara desde adentro ¡¿Quién volcó la barométrica?!.

Pasadas dos horas eternas, Delfino sonrió a sus compañeros que le seguían gastando bromas ofreciéndole-¿ otro platito más, don Comilón?-



De cacería

De cacería



Cuando salimos de la ciudad ya era tarde.

Nos retrasamos debido a que Celeste había ido a comprar mercaderías y se demoró.

Cuando pasamos cerca del cerro de Batoví, ya habíamos encendido las luces.

Al llegar a la estancia "Las Crucesitas, esta estaba muy silenciosa pero ladraron los perros y don Jacinto salió a recibirnos.


Nuestro destino inicial era Rincón del Barbate, pero un problema mecánico, nos retrasó dos días y debimos cambiar de rumbo para ir a un lugar más cercano.

Esa noche pernóctamos en la estancia de nuestro amigo y al amanecer siguiente, emprendimos el camino al monte en carro tirado por dos tordillos percherones.

Los primeros rayos del sol, asomando detrás de los cerros, ponen matices de púrpura y rosado a una nueva mañana otoñal.

Adelante, siempre en el mismo rumbo, avanza muy alerta nuestro perrito "Remiendos".Es rabón y de la raza "perro" que abunda en todas partes.

Ramiro va sentado a mi derecha y es quien lleva las riendas.

El carro avanza a ritmo lento por entre los chircales.

Cerca del mediodía acampamos en un claro del monte, próximo a un lagunón donde pensábamos tener buena pesca.

Armado el campamento, nos dispusimos a explorar el lugar, el cual, a juzgar por su aspecto prometía buena caza también.

Nos habían comentado que los jabalíes estaban cerca aunque eran muy astutos y ariscos.

A la medianoche teníamos algunos bagres y tarariras que asamos en la parrilla.

Luego de cenar nos dispusimos a descansar de la larga tarde.

Cerca del amanecer se oyeron ruidos extraños, parecidos a pasos, por lo que salimos a investigar.

Alumbrando con la linterna, pudimos ver, a pocos metros de la carpa,un extraño animal, con aspecto de jabalí pero que curiosamnte se desplazaba en dos patas.

Tratamos de alcanzarlo pero se perdió en la espesura del monte.

Esa noche nos levantamos varias veces y casi no dormimos.

Cuando aclaró salimos a buscar rastros.

Para nuestra sorpresa hallamos un ternero de medio año,muerto entre las chircas.

Al examinarlo comprobamos que estaba mordido cerca de la cabeza pero no lo habían devorado.

Sin embargo estaba totalmente sin sangre.

Un vecino lindero al que contamos lo sucedido nos narró que meses atrás, de su campo habían faltado unos corderos.

Cuando los encontraron estaban muertos, enteros, pero también totalmente desangrados.

Ese día no cazamos nada y durante la noche no ocurrió hecho alguno a destacar.

Al otro día emprendimos el regreso

De paso por el boliche de don Zoilo, bajamos a comprar agua mineral y narramos lo ocurrido.

Un viajero que estaba en el lugar, se rio estrepitósamente y comentó: ja,ja, jaaaa, capaz que era el chupacabra

Acá lo han visto varios pero no cuentan por temor a ser tomados por locos o fantasiosos, nos dijo don Zoilo.

Tal cual fue lo que nos aconteció.


blog del maestro







lunes, 3 de agosto de 2009

Pichonadas



Pichonadas


De los personajes que recorrían la ciudad en el siglo pasado, recuerdo a El Pichón.


Era de regular estatura, piel oscura y cabello escaso y encrespado.


Su presencia hacía que los niños sintieran miedo aunque él era naturalmente tranquilo, salvo cuando alguien lo hacía motivo
de burlas gritándole: “pichón de gorrión”. Entonces él lo corría aunque nunca oí
decir que alguien hubiera sido alcanzado y golpeado por su perseguidor.


En los carnavales se arrimaba a los tablados y era usado para llenar huecos entre actuaciones de murgas y humoristas.


Se lo veía feliz cuando frente al micrófono tarareaba una melodía empleando una sola sílaba como: “ne ne n ene n ene nene…”.


También en estos momentos “los vivos de siempre” se divertían a su costa. Se ubicaban debajo del piso del rudimentario escenario y por entre las tablas del mismo pasaban un palito puntiagudo y le pinchaban los pies descalzos, hasta que a su llamado de “me están judiando”, acudía el organizador y responsable del escenario y ponía orden.


También debo aclarar que las bromas que le gastaban no pasaban mucho más de eso, y como alguien reconociera años después, “lo hacían sin maldad”.


En otras ocasiones se lo podía ver haciendo
“changas” y con el producto satisfacía ampliamente sus necesidades ya que éstas eran muy pocas.


Cierta vez debía cargar en un pequeño camión algunos muebles para hacer una mudanza. Subió al camión una silla y se bajó prestamente quedando recostado a un muro. Cuando el dueño del camión llegó con más muebles de la vivienda para cargar, le preguntó porqué no cargaba las sillas. La respuesta fue: “Si no se baja ese negro del camión no cargo”. Y es que se había visto en el espejo de un ropero que estaba como parte de la carga atado a una baranda con el espejo al descubierto.


Santos Giménez



Padilladas



Padilladas


María Concepción, más conocida por “La Padilla”, fue un personaje de nuestro Tacuarembó, difícil de no ser recordada por quienes la conocimos.


Sobre ella se ha escrito bastante y probablemente siempre alguien (como en este caso), tendrá anécdotas para agregar al largo rosario que ya hay.


Para quienes no saben de quien se trata diré que proveniente de Brasil había llegado a estos parajes alrededor de 1870 y tantos.


Habría estado en campos de Masoller cuando la muerte del general Aparicio Saravia, junto a su marido que había caído prisionero de una patrulla revolucionaria. Allí también estuvieron los hermanos Giménez, con los cuales habría tenido cierto trato amistoso.


Cierto día en que yo acompañaba a mi abuela Bernardina al comercio de Moroy, en la esquina donde está actualmente el bar “El Gamo”, la conocí en situación poco feliz para mí que era un flacucho de seis o siete
años.


Era en época de elecciones.


Los muros de la ciudad estaban cubiertos de propaganda política y yo me entretenía desprendiendo carteles del partido colorado.


De pronto un personaje extraño y poco amistoso se me acercó tomándome por sorpresa en mi travesura, alzando un garrote que usaba a modo de bastón y a punto estaba de asestarme con él cuando mi abuela la frenó llamándole por su nombre de pila, haciéndole saber quien era. Entonces lo que antes fue furia hacia mí, se transformó en una muestra de cariño y simpatía, característica tal vez de la otra Padilla, la que cobijaba a niños desamparados como si fueran hijos propios.


Calmada la furia de aquel ser y extraño pude saber por mi abuela quien era y que en una ocasión había estado a punto de perecer ahogada al caer ebria en una cantera de cantos rodados abandonada que la lluvia había llenado convirtiéndola en trampa mortal. El milagro de su salvación tenía nombre y apellido. Fructuoso Giménez. A partir de entonces La Padilla, agradecida, sentía respeto por ese apellido.


Cuando las inundaciones del año 1959, algunos artículos de primera necesidad escasearon y debieron ser racionados de forma estricta, tal el caso del azúcar.


Los comercios entregaban cuarto quilogramo por cliente y como caso excepcional se podía adquirir un quilogramo en algún mayorista luego de una larga cola.


Esto ocurrió en oportunidad que La Padilla, como muchos, hizo la cola en el conocido comercio Casa Testa. Al llegar al mostrador el joven que atendía le hizo saber amablemente que no quedaba más azúcar pues se había agotado el stock disponible para ese día.


La furia y el descontrol afloraron en la otrora miliciana quien emprendió feroz persecución del joven que para esquivar el bastón vengador de “la ofensa”, (que se alzaba como un sable en manos expertas), se parapetaba detrás de mostrador y estanterías, haciendo caso omiso al gerente que lo amenazaba con la pérdida de su trabajo.

Al cabo de cierto tiempo la persecución cesó y la perseguidora, algo agitada y no muy calma, derribó una pila de mercaderías envasadas y sobre ellas hizo sus necesidades sin que nadie se atreviera a intervenir.

Santos Giménez

P.D. (La anécdota fue narrada por un testigo presencial que aún vive)