jueves, 23 de julio de 2009

El peoncito


El peoncito


Miguelito
era el gurí de los mandados que tenía don Gumersindo.



La mayor parte del tiempo la pasaba recorriendo el camino de la cachimba a la estancia.


Con su petizo aguatero se conocían muy bien, por eso, cuando uno de los dos estaba cansado el otro sabía lo que hacer.


Cuando el animal empezó a renguear, Lito, (así lo apodaban),desprendió el barril a la sombra de un coposo ombú, de abultadas raíces y tronco retorcido.


Mientras el equino mordisqueaba la verde hierba, Miguelito jugaba con Agregado,un galgo de pelaje gris que encontró un día cuando buscaba huevos de tero. Se le acerco el perro, mansamente, moviendo la larga cola.
Estaba cubierto de garrapatas y tenía las costillas casi saliendo a través del cuero, y por si aquello fuera poco, mostraba el animal una herida abichada en el pescuezo.


El niño lo llevó a la estancia y a pesar de los reproches de sus mayores,le dio de comer, curó las heridas y lo limpió de parásitos.


A los pocos días el animal, (que era adiestrado y muy veloz), le trajo un lebrón y al día siguiente otro y otros…



Cada día se hacían más amigos. El galgo ya recuperado totalmente, era la codicia de cazadores que llegaban de los pueblos aledaños.


Acababa de llegar con el barril lleno de agua fresca cuando don Gumersindo lo llamó y le entregó un encargo para Figueroa, estanciero vecino.


A pesar de la tormenta que se acercaba desde el norte, como era verano y la estancia estaba sólo a dos leguas, montó en el petizo y fue.


Al golpear las manos fue recibido por Rosita, la hija menor del estanciero. Ésta había visto que alguien se acercaba y no tardó en reconocerlo. Casi siempre él le llevaba huevos de guinea, de tero, higos o algunas flores silvestres que ella aceptaba complacida y sonriente.


Don Agustín acababa de pagar los sueldos y estaba enredado con unas planillas que debía llenar para el B.P.S por lo que se hizo esperar.


El cielo se oscureció, se oyeron gordos y largos truenos y lo que comenzó siendo una garúa flaca se transformó en fuerte aguacero.



Lito,guarecido en el galpón de los peones, se entretenía oyendo al ciego Honorio tocar la guitarra a la cual arrancaba delicadamente sonidos celestiales.


En un lugar libre de goteras, varios peones se jugaban lo cobrado en una partida de naipes.


De pronto, un gato negro, atacado por la batarás que incubaba en un rincón, saltó sobre la mesa desparramando las cartas y los tantos.


Fue entonces que el ñato González,- hombre de nariz achatada y fiero aspecto, con fama de malo, que estaba de mal humor por estar perdiendo mucho, tomó al animal por el cuello y lo iba a dar contra el suelo para saciar su ira.


El niño que observaba callado, empuño con las dos manos un cabo de guadaña y alzándolo con gesto decidido y amenazante, se paró frente a González y le gritó: ¡No lo haga!


El hombre dudó un instante y luego soltó al gato y con la cabeza



gacha se fue a dormir sin cenar.


S.E.Giménez




No hay comentarios:

Publicar un comentario