lunes, 3 de agosto de 2009

Pichonadas



Pichonadas


De los personajes que recorrían la ciudad en el siglo pasado, recuerdo a El Pichón.


Era de regular estatura, piel oscura y cabello escaso y encrespado.


Su presencia hacía que los niños sintieran miedo aunque él era naturalmente tranquilo, salvo cuando alguien lo hacía motivo
de burlas gritándole: “pichón de gorrión”. Entonces él lo corría aunque nunca oí
decir que alguien hubiera sido alcanzado y golpeado por su perseguidor.


En los carnavales se arrimaba a los tablados y era usado para llenar huecos entre actuaciones de murgas y humoristas.


Se lo veía feliz cuando frente al micrófono tarareaba una melodía empleando una sola sílaba como: “ne ne n ene n ene nene…”.


También en estos momentos “los vivos de siempre” se divertían a su costa. Se ubicaban debajo del piso del rudimentario escenario y por entre las tablas del mismo pasaban un palito puntiagudo y le pinchaban los pies descalzos, hasta que a su llamado de “me están judiando”, acudía el organizador y responsable del escenario y ponía orden.


También debo aclarar que las bromas que le gastaban no pasaban mucho más de eso, y como alguien reconociera años después, “lo hacían sin maldad”.


En otras ocasiones se lo podía ver haciendo
“changas” y con el producto satisfacía ampliamente sus necesidades ya que éstas eran muy pocas.


Cierta vez debía cargar en un pequeño camión algunos muebles para hacer una mudanza. Subió al camión una silla y se bajó prestamente quedando recostado a un muro. Cuando el dueño del camión llegó con más muebles de la vivienda para cargar, le preguntó porqué no cargaba las sillas. La respuesta fue: “Si no se baja ese negro del camión no cargo”. Y es que se había visto en el espejo de un ropero que estaba como parte de la carga atado a una baranda con el espejo al descubierto.


Santos Giménez



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